Kōtoku-inKamakura

Japón

Kōtoku-in y el Gran Buda de Kamakura, Japón

Hace ya un tiempo, allá por el 2001, me compré un videojuego bélico español ambientado en la Segunda Guerra Mundial y titulado Commandos 2: Men of Courage. El juego contaba con diez misiones principales, y en una de ellas los protagonistas tenían que rescatar a un líder espiritual de las garras de un tirano japonés en una localidad recóndita de Birmania, todo ello con la ayuda de un batallón de gurjas. Aquella misión siempre fue mi favorita; por la inolvidable música de Mateo Pascual y sobre todo por la estética del lugar: una población oriental a orillas de un río y en cuyo centro se encontraba una gigantesca estatua de Buda. Mis conocimientos del continente asiático por aquella época eran mínimos —tampoco es que ahora sea un experto, pero bueno—, y no tenía ni idea de si aquello se acercaba a la realidad o no. Lo que sí recuerdo es pensar una y otra vez que, de existir un lugar así, me encantaría visitarlo algún día.

Aquel juego era muy entretenido y siempre fue de mis favoritos, pero con el paso de los años descubrí que contaba con algunas incongruencias e imprecisiones históricas. Una de ellas consistía en la no existencia de estatuas de Buda de ese estilo en toda Birmania —en la actual Myanmar—, lo que supuso una gran decepción. Más tarde, sin embargo, descubrí que, aunque aquel pueblo no existía, sí que se habían basado en una estatua real para modelar la que salía en el videojuego. Fue así como descubrí que a unos 50 Km al sur de Tokio existe una población llamada Kamakura, nada menos que una de las antiguas capitales del país, y que en uno de sus muchos templos budistas el principal centro de interés es una enorme estatua del buda Amitābha de 13 m de altura.

Pasaron los años, y en mi primer viaje a Japón pude visitar Kamakura y llegar al templo en el que se encuentra la estatua, un lugar llamado Kōtoku-in —高徳院, lit. templo de la virtud eminente—. La puerta de entrada al templo es una Niōmon —仁王門, lit. puerta de los Niō—, en donde dos estatuas guardan la entrada al recinto sagrado. A pesar de su aspecto siniestro, estas dos estatuas representan a los Niō, también conocidos comos «los reyes de los devas», dos figuras que según la tradición acompañaron y protegieron a Buda. La de la derecha tiene la boca abierta, pronunciando la letra «A», mientras que la de la izquierda la mantiene cerrada pues pronuncia la letra «Um». «A» y «Um» son, respectivamente, la primera y última letra del alfabeto sánscrito, simbolizando así el origen y el final de todas las cosas (algo parecido al alfa y el omega de la tradición cristiana). Sobre la puerta se puede ver la inscripción 大異山, Taiizan, que parece ser el nombre del pequeño monte en cuyas laderas se asienta el templo.

Tras cruzar la puerta se encontraba el chōzuya o temizuya —手水舎, lit. casa para el agua de las manos—, el pequeño pabellón de abluciones que se localiza a la entrada de la mayoría de recintos sagrados de Japón. La ceremonia de purificación es corta pero muy bonita de ver, y es habitual encontrar letreros cerca invitando a los extranjeros a realizarla y con instrucciones para cada paso. Ah, por cierto, la primera vez que visité Kōtoku-in era primavera, pero un tiempo después tuve la oportunidad de volver a visitarlo en otoño, por lo que no os extrañéis si hay cierta inconsistencia en mis fotografías.

Y allí estaba por fin la estatua, rodeada la primera vez que la vi por los consabidos cerezos en flor que pueblan todo Japón a lo largo de abril y mayo. Realizada en bronce por los escultures Ōno Gorōemon y Tanji Hisatomo, fue completada en 1252 durante el período de la historia en el que Kamakura era la capital de Japón; esto es, entre 1185 y 1333. Esta era destaca sobre todo por la aparición de los samuráis y de la sociedad fuedal, y por la propagación del budismo Zen, por lo que no es de extrañar que en la que entonces era la capital se conserven a día de hoy un gran número de templos budistas.

Algo que no he contado es que, en el propio juego, la estatua contaba con dos ventanucos en su espalda, y en su interior había patrullas japonesas apostadas que vigilaban desde allí. Imaginad mi sorpresa cuando descubrí una vez a los pies de la estatua que aquellas aperturas existían también en su homólogo en el mundo real, y que además por el irrisorio precio de 20¥ (algo así como 0.16€) se podía penetrar en su interior. Una vez dentro me encontré con un cartel que explicaba las diferentes técnicas de encajado de las piezas, y pude ver de cerca los detalles de la estructura así como el interior de la cabeza. Muy curioso, la verdad.

De vuelta al exterior, a los pies de la estatua también se podían ver cuatro pétalos de la antigua flor de loto que decoraba su base, hoy desaparecida casi en su totalidad salvo por aquellos trozos (podéis ver un ejemplo de este tipo de decoración en el Gran Buda de Ushiku). Lo cierto es que la estatua originalmente se encontraba dentro de un templo de madera del estilo de Tōdai-ji en Nara, pero un tifón acompañado de un tsunami a finales del siglo XV se lo llevaron por delante dejando a la estatua al aire libre, y así quedó para siempre (todavía se pueden ver algunos restos de los cimientos alrededor de la estatua). Además de a aquel incidente y a la exposición continuada a los elementos desde hace más de quinientos años, el Gran Buda de Kamakura también ha sobrevivido a varios incendios y terremotos, por lo que no es de extrañar que los japoneses lo consideren uno de los monumentos más importantes del país y uno de los testigos inmutables de su historia.

Visitado en abril de 2015 y noviembre de 2016.

Dirección

Kōtoku-in
4 Chome-2-28 Hase
Kamakura, Kanagawa 248-0016 Japón

Referencias / Información adicional

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One Comment

  1. Muy chulo este sitio, y que bien que pudiste entrar en el interior.

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