Kenroku-enKanazawa

Japón

Kenroku-en. Kanazawa, Japón

Según un ancestral tratado chino sobre paisajismo titulado Las crónicas de los famosos jardines Luoyang, del poeta Li Gefei, para que la excelencia de un jardín sea completa este debe cumplir con seis características que se suelen agrupar por parejas: espaciosidad y privacidad, artificialidad y antigüedad, canales de agua y vistas panorámicas. El nombre de Kenroku-en (兼六園), que podríamos traducir por algo así como «Jardín de los seis atributos», proviene precisamente de que a este parque de la ciudad de Kanazawa se le atribuyen todas esas cualidades —a pesar de que el mencionado poeta afirmara que reunirlas todas en un mismo lugar era imposible—, y es por ello que está considerado como uno de los Nihon Sanmeien (日本三名園, lit. «los tres grandes jardines de Japón»).

Tras recorrer los amplios terrenos del reconstruido castillo de Kanazawa, atravesamos uno de los puentes de acceso al castillo y llegamos a la entrada principal de Kenroku-en, un conjunto de jardines cuya creación se data nada menos que en el año 1620. Después de sucesivas renovaciones, e incluso de un incendio acaecido en 1756 que lo destruyó prácticamente por completo, la versión que ha llegado a nuestros días fue inaugurada en 1874. En la entrada nos pidieron pagar una admisión de 320¥, lo cual nos sorprendió ya que pensábamos que se trataba de un jardín de libre acceso, pero resultó ser propiedad privada; en cualquier caso, abonamos lo que nos pedían y entramos dispuestos a dar un buen paseo por aquel recinto del que tantas maravillas habíamos leído.

Cerca de la entrada pudimos ver la Kotoji-tōrō, una linterna tradicional japonesa cuya peculiaridad consiste en que está sujeta por dos pies: uno de ellos parcialmente hundido en el agua del principal estanque del parque mientras que el otro, partido por la mitad desde hace siglos, se encuentra apoyado sobre una roca. Su característica forma, que los japoneses catalogan como «belleza imperfecta», la ha convertido en el indudable símbolo de los jardines y casi que en el de la propia ciudad de Kanazawa. Prueba de ello es que al salir de Kenroku-en volvimos a cruzarnos con su silueta en repetidas ocasiones, ya que esta aparecía en lugares tan dispares como las tapas de alcantarilla o las señalizaciones de tráfico.

Pero aunque esa sea la más famosa, no es la única linterna que decora los jardines. Las tōrō (灯籠), cuyo nombre significa, curiosamente, «jaula de luz», tienen su origen en los templos budistas de China, y las hay de diversos tipos y materiales. Las que más abundan en el parque de Kenroku-en son del estilo yukimi-dōrō (雪見燈籠), que consisten en una caja de piedra donde se encuentra el foco de luz sostenida por una plataforma apoyada a su vez en varios pies, cuyo número varía entre uno y seis. Las tōrō más antiguas de Japón se encuentran en Kasuga-taisha, en Nara, pero se pueden ver a lo largo y ancho del país, sobre todo iluminando los caminos de los templos y santuarios.

En el momento de nuestra visita estaban terminando de montar los yukitsuri (雪つり), término que se podría traducir como «cabestrillo para la nieve». La función de los yukitsuri es precisamente la que indica su nombre: antes de la llegada del invierno, se levantan unos postes cerca de los troncos de algunos de los árboles del jardín, y de la parte superior se tienden unas cuerdas que se atan a las ramas de dichos árboles con el fin de protegerlos del peso de la nieve, ya que en algunas regiones como la de Kanazawa llega a caer con tal abundancia que al acumularse sobre las ramas estas tienden a quebrarse. Lejos de afear la estética de los jardines, la instalación de los yukitsuri nos pareció muy curiosa; además, descubrimos in situ una tradición que nos era desconocida por completo antes de llegar allí y que los japoneses toman como señal inequívoca de que se aproxima el cambio de estación.

En el centro de los jardines vimos una estatua de Yamato Takeru no Mikoto, un príncipe de Japón –más legendario que histórico— cuya vida tradicionalmente se sitúa en el siglo I d. C. Se considera que la dinastía de Yamato fue la primera en reinar en el archipiélago, y muchos de los mitos y leyendas que rodean la figura de Yamato Takeru tienen su versión más antigua en las crónicas Kojiki y Nihon Shoki, ambas de principios del siglo VIII. Aparte de haber sido hijo del duodécimo emperador de Japón, la mitología también atribuye al príncipe Yamato el haber estado en posesión de la espada Kusanagi no Tsurugi —uno de los Tesoros Imperiales del país— en el momento de su muerte. Una figura muy interesante sobre la que merece la pena leer y cuya leyenda se suele comparar con la del rey Arturo.

Aparte de lo mencionado, hay varios lugares en los jardines que también son dignos de mención. En nuestra visita pudimos ver la fuente más antigua de Japón, situada en uno de los estanques y propulsada únicamente por la presión del agua que cae por una pequeña cascada; la pagoda de piedra Kaiseki, donada según la tradición por Toyotomi Hideyoshi, el «gran unificador de Japón»; la casa de té Yūgao-tei, edificada parcialmente sobre el agua y que, construida en 1774, es el edificio más antiguo del complejo. Como podéis ver, los jardines no solo cuentan con la espectacular vegetación que uno se podía esperar sino que también está dotado por una serie de construcciones que le dan un valor monumental adicional.

Como ocurre con la mayoría de lugares pintorescos de Japón, hay dos épocas del año especialmente señaladas para visitar los jardines de Kenroku-en: la primera es el hanami —花見, lit. «ver flores»—, que ocurre en primavera y en la que se pueden ver los cerezos —en Japón llamados sakura— en flor; la segunda, que es durante la que fuimos nosotros, tiene lugar en otoño, en lo que los japoneses conocen como momijigari —紅葉狩, lit. «cazar los colores del otoño»—. En lugar de estar repartidos homogéneamente por los jardines, los árboles cuyas hojas se tornan de los vivos colores tan característicos de esta época se encuentran concentrados en una pequeña elevación de terreno coronada por una casa de descanso, como muestro a continuación. Espero poder completar algún día esta entrada con fotos de los cerezos del parque en su máximo esplendor.

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