Posts Tagged with Diarios de viaje

Laredo
Agosto de 2019

España

Poco más de un año después de aquel breve y fallido encuentro con la localidad cántabra de Laredo, tuve la oportunidad de desquitarme y de visitar en condiciones su centro histórico, conocido como «la Puebla Vieja», como parte de un viaje por Asturias y Cantabria. Como ya avancé en mi anterior entrada, Laredo tiene una conexión especial con Sevilla, mi ciudad natal, y probablemente la principal señal de este hermanamiento se encuentre en el propio escudo de armas de Laredo, en el que se reproducen unos barcos, unas cadenas, y la archiconocida Torre del Oro. Pero ¿qué representan exactamente y por qué están ahí?

Para entender esta conexión hay que remontarse a los años de la Reconquista, concretamente a 1248, cuando unos barcos comandados por el almirante Ramón Bonifaz rompieron las cadenas que mantenían unido el único puente de Sevilla, conocido como el «puente de barcas», y que cerraba el paso del río Guadalquivir, logrando así aislar la ciudad del Aljarafe y permitiendo a las fuerzas del rey Fernando III llegar a la ciudad por la vía fluvial. Los navíos usados en aquel embate fueron construidos en Cantabria, aunque no se sabe si en Laredo, en Castro-Urdiales o en San Vicente de la Barquera. Lo que sí se sabe es que estaban tripulados por multitud de marinos cántabros —incluido el propio Bonifaz—, motivo por el cual el escudo de armas de Cantabria y de las villas que contribuyeron a esta hazaña —entre las que se encuentra Laredo— portan los testigos de aquella hazaña: las cadenas del puente, los barcos que las rompieron, y la Torre del Oro.

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Warszawa
Abril de 2017
Capítulo III

Polonia

Es bien sabido que la Alemania Nazi invadió Polonia en otoño de 1939, hecho que desencadenó una contienda internacional que duraría hasta 1945 y que a día de hoy conocemos como Segunda Guerra Mundial. Lo que quizá no sea tan conocido es que, como parte de dicha invasión, Adolf Hitler pretendía arrasar por completo la capital de Polonia y transformarla en lo que él llamaba la Neue deutsche Stadt Warschau, es decir, la «nueva ciudad alemana de Varsovia». Para ello, dio comienzo en 1939 un plan sistemático de destrucción de todos los edificios e infraestructuras de la ciudad con el fin de erradicar el sentimiento cultural y moral de Polonia como nación. Años más tarde, en el verano de 1944, tuvo lugar el llamado Levantamiento de Varsovia, una rebelión civil contra los nazis orquestada por el Ejército Nacional de Polonia; por aquel entonces, un 15% de la ciudad ya había sido destruida siguiendo el programa del Führer, pero se calcula que, como represalia por el fallido alzamiento, entre el 85% y el 90% de la capital fue arrasada en los meses siguientes.

¿Y por qué cuento todo esto? Pues porque, como os podréis imaginar, la iglesia ante la que me encontraba en ese momento, la de la Santa Cruz, fue una de las construcciones damnificadas en aquella destrucción, quedando prácticamente arruinada tal y como atestiguan múltiples fotografías históricas. Por suerte, en los años 50 del siglo pasado tuvo lugar la que probablemente sea la reconstrucción más ambiciosa y fidedigna de la historia, en donde la mayoría de los edificios históricos de la renacentista ciudad vieja de Varsovia que habían sido destruidos durante la Segunda Guerra Mundial fueron reedificados siguiendo sus diseños originales. Como consecuencia de semejante hazaña, en 1980 la Unesco declaró a la ciudad vieja de Varsovia como Patrimonio de la Humanidad, citándola como «ejemplo único de reconstrucción prácticamente total del conjunto de un patrimonio arquitectónico histórico de los siglos XIII a XX». A mi juicio, la triste historia que había detrás de todas las calles y monumentos que me disponía a ver esa mañana les daba más valor, si cabe, que si hubiesen sido construcciones originales.

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Athína
Abril de 2019
Capítulo II

Grecia

Si bien la imagen de la Acrópolis la tenía bastante clara antes de visitar Atenas, del resto de la ciudad apenas había mirado nada. Lo que tenía claro era que quería visitar el Museo Arqueológico Nacional, pero como cerraba tarde lo dejé para el final y me dispuse a realizar una ruta a pie por los lugares más representativos que había visto en mi guía. Cerca de la salida de la Acrópolis me encontré con el Arco de Adriano, una puerta triunfal erigida en el 132 d. C. como conmemoración de la primera visita del emperador Adriano a la ciudad de Atenas. Fue construido con mármol del monte Pentélico, al igual que los monumentos de la Acrópolis, y sin usar ningún tipo de cemento o argamasa para fijar sus sillares. Por lo que he leído, originalmente contaba con varias columnas adicionales y con estatuas en el nivel superior, pero todo eso se ha perdido.

Desde aquel arco se entraba a los terrenos del Olimpeion o templo de Zeus Olímpico, el mayor templo de la Antigua Grecia. Originalmente contaba con 104 columnas corintias de 17 m de altura cada una —este fue el primer templo construido cuyas columnas exteriores pertenecían a este orden—, de las que solo dieciséis han sobrevivido hasta nuestros días. El precio para entrar en el recinto del templo era de 12€, un verdadero abuso sobre todo teniendo en cuenta que no hay nada más aparte de las columnas, y que esa misma mañana había pagado 20€ por la visita completa a la Acrópolis. Empezaba a darme la sensación de que aquel país intentaba salir de la crisis a costa del turista, así que entre eso y que en aquel momento me apetecía pasear por la ciudad, decidí pasar de largo y contentarme con verlo desde lejos.

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Himeji
Noviembre de 2016

Japón

Se conoce como Azuchi-Momoyama, o simplemente Momoyama, al período de la historia de Japón comprendido entre los años 1573 y 1603. Estas tres décadas pusieron fin a los más de ciento cincuenta años de guerra consecutivos que habían enfrentado a los diferentes daimyō de Japón, concluyendo en la unificación del país llevada a cabo por Oda Nobunaga y Toyotomi Hideyoshi, y finalizando con el establecimiento del shogunato Tokugawa. La introducción de las armas de fuego desde occidente en Japón convirtió en inservibles las edificaciones de madera que hasta ese momento habían bastado para guarecer a los dirigentes de las diferentes regiones, lo que propició una proliferación en la construcción de castillos por todo el país —se cree que se erigieron más de cien fortificaciones en estos años—. Algunos autores se refieren a este período como la «edad de oro de las fortalezas japonesas», y de entre los que han llegado a nuestros días y son considerados como Tesoros Nacionales, a día de hoy solo uno ha sido declarado como Patrimonio de la Humanidad: la «garza blanca» de Himeji.

Tras pasar unos días en Kioto, llegamos a la estación de ferrocarril de Himeji ya entrada la noche, por lo que cenamos un ramen rápido en un restaurante cercano y nos fuimos directos al hotel. Recuerdo aquel alojamiento con bastante afecto, ya que fue la primera vez que probé los famosos baños termales japoneses, una asignatura que me quedó pendiente en el primer viaje que realicé a Japón y parte fundamental de la cultura de este país. A la mañana siguiente, ya de camino al castillo, paramos en la galería Miyukidori para desayunar en la cafetería Hamamoto (はまもとコーヒー), famosa por sus tostadas con mantequilla y almendra. Acto seguido, llegamos a la entrada sur del castillo y nos dispusimos a visitar sus extensos jardines y su característico torreón.

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Warszawa
Abril de 2017
Capítulo I

Polonia

Una de mis obsesiones viajeras más antiguas es la de poder conocer en persona a las «siete hermanas» de Moscú: un conjunto de siete rascacielos edificados en el llamado estilo gótico estalinista que se encuentran repartidos a lo largo y ancho de la capital rusa. A día de hoy sigo sin haber estado en Moscú —y viendo cómo está el panorama internacional dudo que pueda cumplir ese objetivo en una buena temporada— pero en el año 2017 tuve la oportunidad de contemplar a la conocida como «octava hermana»: el Palacio de la Cultura y la Ciencia de Varsovia.

Cuando aterricé en el aeropuerto de Modlin y cogí el autobús a Varsovia ya sabía que el punto de término del trayecto era el propio palacio, por lo que me invadía la ilusión. Sin embargo, y a pesar de las múltiples fotos que había visto del palacio iluminado, me llevé una inmensa decepción conforme el autobús iba llegando a su destino: en el lugar en el que debería haber estado el palacio no había más que una enorme silueta negra que se confundía con la oscura noche cerrada.

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