El King’s College y la Universidad de Cambridge
La Universidad de Cambridge está compuesta por treinta y un colleges, término que podríamos equiparar al de «colegio mayor» pero que en el caso particular de las universidades de Oxford y Cambridge adquiere un significado único, por lo que a partir de ahora lo dejaré sin traducir. La labor de los colleges de Cambridge consiste en dar cobijo a los estudiantes y a los académicos, conocidos como fellows (un título que les dura de por vida), y también son los encargados de la admisión de los estudiantes en la universidad, por lo que es necesario elegir uno antes de presentar la solicitud de ingreso. Los colleges son interdisciplinares, no están restringidos a unos grados concretos sino que pueden albergar alumnos y profesores de prácticamente cualquiera de las titulaciones de la universidad, lo que crea un ambiente heterogéneo en una comunidad que comprende la mayor parte de la vida social de los estudiantes. La docencia, eso sí, recae en su mayor parte en los departamentos de las distintas facultades, situadas en complejos ajenos a los colleges conocidos como sites, y es la propia administración central de la universidad la encargada de otorgar los títulos a los alumnos que acaban sus estudios. Los colleges de Cambridge suelen dividirse en dos grupos: los «viejos» (aquellos fundados entre 1284 y 1596) y los «nuevos» (los que vieron la luz entre 1800 y 1977). Los más interesantes, sobre todo arquitectónicamente hablando, son los del primer grupo, pero no todos se pueden visitar, y de entre los que abren sus puertas al público solo unos pocos lo hacen en periodo académico, época en la que yo me encontraba allí.

Por suerte, en este grupo se encontraba el King’s College, el más famoso de todos ellos y frente a cuyas puertas me encontraba en aquel momento. Un señor muy amable que custodiaba el acceso me señaló el centro de visitantes al otro lado de la calle; allí podría comprar mi entrada al complejo (16£, poca broma) y algún que otro souvenir en caso de estar interesado. Había leído en internet que era posible reservar una hora concreta para la visita, pero que entre semana no solía hacer falta porque casi nunca se completaba el cupo, y efectivamente no tuve problema: nada más adquirir mi entrada ya pude volver a la puerta y acceder sin más al recinto, el mismo en el que estudiaron, por poner algunos ejemplos, la escritora Zadie Smith, el economista John Maynard Keynes, o el matemático Alan Turing, padre este último de las ciencias de la computación (de hecho, la sala de ordenadores del King’s College lleva su nombre).
Front Court, el patio anterior
Tras cruzar el umbral de la entrada de estilo gótico victoriano, llegué al patio central, conocido como Front Court, un jardín cuadrangular que fue trazado en 1724 por el arquitecto James Gibbs. Al frente tenía el edificio que alberga los aposentos de los académicos afiliados al college, de corte palladiano y obra del mismo arquitecto, y en el centro del recinto pude ver también una fuente monumental, coronada por una estatua del rey Enrique VI de Inglaterra, fundador del college, que aparece flanqueado por representaciones alegóricas de la religión y la filosofía. A mi izquierda se abría un camino con un cartel que prohibía el paso a toda persona ajena al college, y que conducía al neogótico Wilkins Building, un enorme salón de celebraciones obra de William Wilkins, el arquitecto de la National Gallery londinense. Como esa dirección estaba vetada, y al frente tenía el césped —es consabido que solo los profesores tienen permitido pisarlo—, solo me quedaba un camino posible: hacia la derecha, en dirección a la capilla.
La capilla del King’s College
Desde los inicios de la Universidad de Cambridge, la vida comunal de los miembros de cada college se repartió entre tres lugares indispensables: la capilla, el salón comedor, y la biblioteca, por lo que no es de extrañar que en la mayoría de los casos estas sean las estancias de mayor valor arquitectónico de estos complejos estudiantiles. El King’s College tiene probablemente la capilla más espectacular de toda la ciudad, uno de los mejores ejemplos del gótico perpendicular —la última etapa del gótico inglés—, y fue comenzada en 1446 por Enrique VI, fundador del college apenas cinco años antes. No obstante, la contienda civil conocida como «guerra de las Dos Rosas» impidió que el college prosperara en sus primeros años y la construcción de la capilla se detuvo. No fue hasta mediados del siglo xvi cuando el King’s College comenzó a convertirse en el referente que es en la actualidad, gracias al patrocinio de Enrique VII y Enrique VIII en un intento de legitimar el nuevo régimen y ganar la confianza del pueblo tras la mencionada guerra. Fue precisamente en esta época cuando la capilla fue finalizada, concretamente en 1544.
La capilla tiene planta rectangular, y sus dos laterales cuentan cada uno con una docena de tramos prácticamente idénticos dotados de altísimos vitrales que ocupan casi toda la altura del edificio, salvo el nivel inferior, en el que se pueden ver ventanas más achatadas coronadas por arcos de estilo Tudor. Los tramos acristalados, dotados de delgados parteluces, están separados por imponentes contrafuertes que acaban en pináculos crocheteados, y en el tejado, entre cada uno de esos remates, se aprecian unos parapetos calados con motivos geométricos. Todos estos recursos son típicos del gótico perpendicular y buscaban enfatizar la verticalidad de los edificios, que en este caso se hace patente a pesar de que proporcionalmente no es una construcción ni alta ni esbelta, al menos desde esta perspectiva.
La fachada principal está situada en el extremo occidental de la iglesia y sobre ella se alzan una pareja de torrecillas idénticas a las que rematan también el testero. En ella se encuentra el vestíbulo de acceso, que cuenta con tres entradas en las que se observan varios emblemas de Enrique VII: la rosa Tudor, el rastrillo de la Casa de Beaufort, y el propio escudo de armas del monarca, decorado con leones y flores de lis y flanqueado por el dragón de Gales y el lebrel del Condado de Richmond. Originalmente, el fundador del college, Enrique VI, se negaba a que ninguna ornamentación de este tipo decorase los muros de la capilla, pero cuando se retomaron las obras en tiempos de Enrique VII, este último opinaba de manera distinta y sus símbolos se pueden ver por todas partes tanto en el exterior como en el interior.
Como curiosidad, en la puerta de madera principal también se muestra un sol con una inscripción de cuatro letras en hebreo: יהוה. Por lo visto, esta palabra, que se puede transcribir como YHVH, se conoce como Tetragrámaton y representa al nombre propio de Dios según la Biblia hebrea: normalmente adaptado al castellano como Yavé o Jehová. No recordaba haber visto nunca algo así en una iglesia cristiana, pero tras comentárselo a mi padre a este sí se le vino a la cabeza un ejemplo: el retablo mayor de la iglesia del Hospital de la Caridad de Sevilla. A ver si un día me animo a escribir sobre este lugar, que lo he visitado varias veces y tengo bastantes fotos.
La bóveda de abanico
Volviendo a lo que nos atañe, nada más entrar en la capilla es inevitable alzar la vista a lo más alto y contemplar la que, a mi juicio, es la mayor aportación que nos legó la etapa final del gótico inglés: la bóveda de abanico. No es el ejemplo más antiguo ni mucho menos: más de un siglo antes ya se había utilizado este recurso en la sala capitular —hoy desaparecida— de la catedral de Hereford, o un poco más tarde en el claustro de la catedral de Gloucester —que sí se conserva pero que todavía no he tenido la oportunidad de visitar, aunque todo se andará—, pero sí es la de mayor extensión, con bastante diferencia, y ocupa toda la nave, cuyas dimensiones son 88 metros de longitud por 12 de anchura. El nombre de este tipo de bóveda proviene de la forma que dibujan sus nervaduras, con los nervios situados de manera equidistante —la mayoría de estos, si no todos, solo tienen un cometido estético y no distribuyen empuje alguno— y dispuestos sobre una superficie continua cubierta con paños de piedra. En el caso particular de la capilla del King’s College, en las claves que decoran las intersecciones de cada uno de los abanicos en el eje de la cubierta, pueden verse la rosa Tudor y el rastrillo, dos de los omnipresentes símbolos de Enrique VII —ya lo anticipé, pero si os fijáis en las fotos veréis que están en todas partes, al igual que su escudo de armas—. Los arcos centrales de la bóveda, además, no son apuntados, sino de cuatro centros, lo que provoca el efecto de una curvatura más ancha y suavizada, mucho menos aguda que en las etapas anteriores del gótico.
Las vidrieras y la decoración de los muros
Otra particularidad del gótico perpendicular también patente en esta capilla es la ausencia de triforio —la galería intermedia que, en las iglesias románicas y góticas, suele encontrarse entre las ventanas encargadas de iluminar el interior del templo y las arcadas que separan la nave principal de las laterales—. En su lugar, el claristorio —que es como se llama el nivel en el que se sitúan dichas ventanas— arranca directamente de las arcadas inferiores para llegar prácticamente hasta la cubierta de la nave. Las vidrieras del claristorio, la mayoría de mediados del siglo xvi, están dotadas de múltiples travesaños y parteluces que ya se apreciaban desde fuera. Las más espectaculares son la del vestíbulo —con un Juicio Final en todo su esplendor— y la del testero —con escenas de la Pasión de Cristo— (si alguien tiene curiosidad, aquí dejo una página que explica la iconografía detrás de todas y cada una de las vidrieras de la capilla). Lo que resta de los muros está decorado, como supongo que ya no sorprenderá a nadie, por toda la emblemática de Enrique VII, aunque también llegué a ver una pequeña imagen desfigurada —probablemente de manera intencionada— de santa Catalina de Alejandría, reconocible por la espada y la rueda arpada con las que según la tradición fue martirizada (bueno, primero intentaron ejecutarla con la rueda, pero como esta se hizo pedazos en cuanto la tocó, sus verdugos optaron por decapitarla en su lugar).
El coro alto, la sillería y el órgano
En el centro de la capilla se encuentra el conjunto formado por el coro alto, el órgano, y la sillería del coro propiamente dicho, que separa el presbiterio del vestíbulo o antesala. Fue encargado por orden de Enrique VIII para conmemorar su matrimonio con Ana Bolena, la segunda de sus seis esposas, y se finalizó en 1536 (que a Ana Bolena la ejecutaran ese mismo año es, cuanto menos, curioso, pero mejor no entramos en los enredos de Enrique VIII, que dan para mucho). Realizado en madera por artistas italianos en un estilo renacentista temprano, en él se observan las iniciales del rey: H R (por Henricus Rex, es decir, ‘Rey Enrique’), y también las del matrimonio: H & A, ‘Enrique y Ana’. También se aprecian diversos escudos de armas, y el lema de la casa real británica: Dieu et mon droit, ‘Dios y mi derecho’. En el centro del coro destaca un atril de latón o bronce que cuenta con una estatua del fundador, Enrique VI, y está decorado con rosas y el escudo del King’s College. El nombre que aparece grabado en él es el apellido del donante, Robert Hacomblen, quien fuera rector del college entre 1509 y 1528 (se cree que el atril fue realizado durante esas fechas en los Países Bajos, aunque no se conserva documentación alguna al respecto).
La adoración de los Magos, de Peter Paul Rubens
Tras atravesar el coro, llegué al extremo oriental de la capilla, donde, a modo de retablo en el altar mayor, me encontré con un enorme cuadro de Peter Paul Rubens titulado La adoración de los Magos. Ya había leído sobre él, y sabía que se encontraba en la iglesia, pero no me imaginaba que ocuparía el lugar más prominente de esta ni tampoco que alcanzaría semejantes dimensiones. Se trata de un óleo sobre lienzo realizado entre 1633 y 1634 como altar para el convento de las Carmelitas en Lovaina, ciudad que en aquel tiempo pertenecía a los Países Bajos españoles, y simboliza el momento de la adoración de los Magos de Oriente tal y como se narra en el evangelio de San Mateo (no es el único cuadro del autor que representa esta escena; Rubens llegó a pintarla en al menos cuatro ocasiones, y una de ellas se encuentra precisamente en Madrid, en nuestro Museo del Prado).
Pero ¿cómo llegó desde Lovaina hasta Cambridge? Para reconstruir su itinerario hay que remontarse a 1780; por aquel entonces Lovaina había dejado de pertenecer a España y pasado a formar parte de los Países Bajos austríacos. Aquel año, el emperador José II del Sacro Imperio Romano Germánico proclamó el llamado «Edicto sobre las Instituciones Ociosas», que suprimía las órdenes monásticas contemplativas, por lo que el convento quedó forzosamente abandonado. La pintura fue vendida a un tal William Petty Fitzmaurice, marqués de Lansdowne y natural de Inglaterra, y durante los dos siglos siguientes fue pasando por distintas manos privadas hasta aparecer en una subasta de Sotheby’s en 1959, en donde se vendió por £275,000, la mayor suma pagada hasta entonces por un cuadro. El último comprador, un coleccionista de arte llamado Alfred Ernest Allnatt, decidió donarla al King’s College, en cuya capilla se encuentra desde 1968.
Las marcas de los soldados
Una curiosidad de la capilla en la que merece la pena fijarse es en las inscripciones grabadas en los muros que flanquean el lienzo de Rubens. Se trata de marcas realizadas por soldados durante la Revolución inglesa (1642-1651), cuando las tropas parlamentarias al mando de Oliver Cromwell utilizaron la capilla como lugar de entrenamiento. Según parece, la capilla apenas sufrió desperfectos por orden expresa de Cromwell, que había estudiado en Cambridge, pero las pintadas de los soldados prevalecen todavía como testigos de aquella época.
Las capillas accesorias
Si bien la iglesia es de planta rectangular, sin crucero ni transepto, cuenta con varias capillas accesorias de baja altura alojadas en el área que queda entre los contrafuertes, a lo largo de los muros laterales (si recordáis las fotos tomadas desde el exterior, este espacio coincide con el decorado por arcos de estilo Tudor). Tras fotografiar cada recoveco de la nave principal, me dediqué a visitar estos rincones, en donde se conservan varias placas conmemorativas, altares secundarios, algún monumento funerario, e incluso un memorial a los caídos en la Primera Guerra Mundial. También había un busto de Enrique VII y una maqueta muy interesante que mostraba el proceso de construcción de la bóveda de abanico. Cuando hube recorrido estas estancias, me dispuse a salir de la capilla para continuar con mi recorrido por los terrenos del King’s College.
The Backs y la práctica del «punting»
La parte trasera del King’s College se conoce simplemente como The Backs, y cuenta con un amplísimo césped perfectamente cuidado situado junto al río Cam (en las fotos se puede ver al jardinero dándolo todo a lomos de su John Deere, y también más carteles que «desaconsejan» pisar el césped). Aquí fui testigo por primera vez, en mi visita a Cambridge, de una de las prácticas más famosas de la ciudad: el «punting», que consiste en navegar por el río sobre una especie de góndolas —que se conocen como «punts», de ahí el nombre— mientras se impulsa la embarcación por medio de una pértiga. Los punts están específicamente diseñados para desplazarse por las aguas poco profundas del río Cam, permitiendo al mismo tiempo salvar los múltiples puentes de la ciudad (de hecho, el gálibo vertical de algunos de los puentes de Cambridge es tan reducido, que los barqueros deben agacharse para no estamparse contra estos). Originalmente, estos barcos se utilizaban para pescar, sobre todo con caña, pero en la actualidad su uso es meramente recreativo, y sobre ellos se veía tanto a estudiantes disfrutando de la tranquilidad del río como a turistas fotografiando la ciudad mientras atendían a las explicaciones del guía-barquero.
Despedida
Al volver la vista atrás pude disfrutar de la espectacular perspectiva que desde allí se tiene de la capilla y del Edificio Gibbs, una de las postales más conocidas de la ciudad. A través de la galería central se entreveían la fuente de Enrique VI y la entrada victoriana por la que había accedido al complejo y por donde se suponía que debía acabar la visita. Sin embargo, como observé que los estudiantes se dirigían a la zona más alejada del recinto, y nada parecía impedirme hacer lo mismo, decidí seguir hasta el final por pura curiosidad, llegando hasta una entrada secundaria del college. Me gustó la sensación de tranquilidad de este rincón, tan contrapuesto a las abarrotadas calles del centro que no se encontraban muy lejos de allí. Tras un último vistazo a la capilla y con la satisfacción de haber cumplido con uno de los principales objetivos de aquel viaje, atravesé el umbral de aquella entrada decorada con los emblemas del college y del rey fundador y me dispuse a seguir con mi paseo por Cambridge.
Continuará…
Bibliografía
- A. Freeman Smith. English Church Architecture of the Middle Ages: An Elementary Handbook. T. Fisher Unwin, 1922. [archivo]
- Jacques Heyman. The Stone Skeleton: Structural Engineering of Masonry Architecture. Cambridge University Press, 2014.
- Sotheby’s Magazine » Going, Going, Gone: Making room for the Rubens [archivo]
- Lucy Churchill » Analysis of Henry VIII’s and Anne Boleyn Choir Screen [archivo]
- Seeing the Past » King’s College Chapel Cambridge; founded by Henry VI and finished by Henry VIII, incorporating the largest fan vault in the world [archivo]
- Royal Collection Trust » After William Stukeley (1687-1765) – The Chapter House of Hereford Cathedral dated 1855
- King’s College » The Fountain: King’s own Water Feature [archivo]
- King’s College » Self-guided Tour [archivo]
- ToursMaps.com » King’s College Chapel [archivo]
Notas
- En una de las tiendas de Cambridge me encontré con este bolso, que ilustra muy bien la arquitectura de los colleges de Cambridge. Tras contactar con la autora del diseño, Kathie Lewis, esta ha accedido muy amablemente a que pueda usar la fotografía en mi blog. ¡Muchas gracias! Por cierto, os recomiendo visitar su web, Cambridge Art.⠀↑