Introducción y llegada a Oak Bluffs
«Ustedes me conocen. Saben cómo me gano la vida. Yo les pescaré a ese animal, cosa que no será fácil. Es un mal bicho; no es como ir a la laguna a pescar cangrejos o pescadillas. Ese tiburón se traga a uno entero. Una sacudida, una dentellada y... todo adentro. Hay que obrar rápido, si queremos que vengan los turistas y ustedes no pierdan sus negocios. Todo eso no les será agradable. Yo valoro mi pellejo en bastante más de tres mil dólares, jefe. Puedo encontrarlo por tres, pero capturarlo y matarlo vale diez mil. Así que decidan ustedes. Si acceden seguirán vivos haciendo su agosto. Si no, en invierno vivirán de la asistencia social. No quiero voluntarios ni quiero compañeros, hay demasiados capitanes en esta isla. Los diez mil dólares han de ser para mí solo, y tendrán la cabeza, la cola, y el animal entero».
Este verano se cumplen cincuenta años del estreno de una de las mejores películas de todos los tiempos: Tiburón, una obra de arte cinematográfica que marcó un antes y un después en la historia del cine, superó el récord de taquilla previamente en posesión de El padrino, estableció una animadversión universal a bañarse en aguas abiertas (como siempre dice mi madre, y yo secundo: «yo desde que vi Tiburón no me meto hasta donde cubre»), y encumbró a Steven Spielberg y a John Williams hasta el olimpo de sus respectivos oficios. Podría citar de memoria gran parte de sus diálogos —mis favoritos siempre serán los del inolvidable Robert Shaw, el capitán Quint, como el que abre esta entrada—, ya que la he visto decenas de veces desde aquella primera ocasión que me marcó para siempre, sentado frente a la tele en un sofá de Tomares en una tarde cualquiera de domingo (o no tan cualquiera, puesto que treinta años después la sigo recordando). También este verano se cumplen diez años desde que, conducido por esta saludable obsesión, llegué al desembarcadero de Oak Bluffs, en Martha's Vineyard, la pequeña isla de Massachusetts en la que se rodó la película, en un ferry proveniente del antiguo puerto ballenero de Nantucket, y parece un buen momento para rememorar aquella aventura.

