Mosteiro da Batalha
Marzo de 2018

Portugal

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Monasterio de Santa María de la Victoria. Batalha, Portugal

Al morir sin descendencia masculina el rey Fernando I en el año 1383, el reino de Portugal se quedaría sin regente y pasaría a estar durante los siguientes dos años en lo que ahora se conoce como el Interregno Portugués. El remedio propuesto originalmente a la sucesión al trono fue el matrimonio entre Beatriz de Portugal, hija de Fernando I, y Juan I de Castilla. Pero esta solución no le gustó a los portugueses, que vieron cómo dicha unión haría peligrar su independencia con respecto de Castilla, lo que generó una guerra de sucesión entre ambos reinos, el primero apoyado por Inglaterra y el segundo por Francia y Aragón.

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Esta contienda llegó su fin el 14 de agosto de 1385, cerca de una aldea llamada Aljubarrota. Allí tuvo lugar una batalla en la que 6,600 soldados portugueses, comandados por Nuno Álvares Pereira, derrotaron a 31,000 hombres del ejército de Castilla dirigidos por Pedro Álvares Pereira (no, no es coincidencia, curiosamente ambos generales eran hermanos). En aquel lugar decidieron los portugueses construir un espectacular monasterio, magnífico ejemplo del gótico tardío portugués y del llamado estilo manuelino, en agradecimiento a la ayuda prestada por la Virgen María en la contienda; y es que, en medio de la batalla, el rey Juan I de Portugal hizo un voto a la imagen de Nuestra Señora de Oliveira, situada en Guimaraes. El monasterio se construyó entre 1387 y 1563, y estuvo en activo desde su fundación en el 1513 hasta la expulsión de las órdenes religiosas de Portugal en 1834. Ha sufrido varias restauraciones desde entonces pero siempre se ha respetado su arquitectura original, y es su buena conservación la que hizo que la Unesco lo declarara Patrimonio de la Humanidad en 1983, en una de sus primeras sesiones.

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Llegué a Batalha desde el norte, por la carretera N1, y al pasar la última curva pude ver la impresionante mole del monasterio desde lo alto. Aquel día me había levantado muy temprano, tan temprano que cuando me presenté en la puerta aún no había abierto, a pesar de haber salido desde Santiago de Compostela. Por supuesto, eso no fue problema: durante un buen rato pude disfrutar de la fachada principal, mientras poco a poco diversos grupos de turistas se iban congregando en la enorme explanada. Allí se encuentra el monumento al ya mencionado general Nuno Álvares Pereira, representado montando a caballo y al que, por cierto, la Iglesia canonizó en 2009 como San Nuño de Santa María.

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Cuando por fin abrieron las puertas, lo primero con lo que me encontré fue la tumba de Mateus Fernandes, uno de los arquitectos del monasterio, enterrado a los pies del coro junto a su esposa. A mano izquierda se encontraba la billetería, donde compré una entrada conjunta para los monasterios de Batalha y Alcobaça, así como para el convento de Cristo en Tomar. Los otros dos lugares son también Patrimonio de la Humanidad y se encuentran en la zona, por lo que lo ideal es visitarlos todos juntos como parte de una misma excursión. Además, el billete tiene una duración de una semana, y no hace falta ver los tres el mismo día (lo que, en mi opinión, sería inviable).

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Justo frente a la billetería se encontraba la entrada a la Capela do Fundador, una capilla lateral de forma octogonal (si os fijáis en las fotos del exterior, es la que queda a la derecha de la fachada principal) en la que están enterrados los reyes Juan I de Portugal (sí, el que ganó la guerra de sucesión) y su mujer la reina Felipa de Lancaster, así como cuatro de sus hijos. De hecho, la capilla se proyectó originalmente como panteón real de Portugal, aunque más adelante se designó como tal el monasterio de San Vicente de Fora en Lisboa. El sepulcro de los reyes se encuentra bajo la linterna, y los de los príncipes están en los muros laterales.

Esta capilla se la debemos al Maestro Huguet, otro de los arquitectos del complejo y responsable de la introducción del gótico flamígero en Portugal. A pesar de la sobriedad de la nave principal, en donde lo más resaltable es el coro manuelino y las vidrieras del claristorio, en esta capilla hay mil detalles en los que fijarse, empezando por las propias tumbas. Eso sí, el que labró los «leones» del sepulcro seguramente no había visto un león en su vida. Ah, por cierto, cerca de la entrada se encuentra enterrado el caballero Martim Gonçalves de Maçada, honor que se le concedió tras salvar la vida del rey en la batalla de Aljubarrota.

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Volviendo a la iglesia, la altura es impresionante (unos 32 m), y algo desproporcionada con respecto el ancho de la nave debido a que el Maestro Huguet amplió su altura original. Al fondo de la nave se encuentran cinco capillas absidales, cada una con sus propias esculturas y en donde lo que más destaca son las vidrieras de la capilla central.

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Y por fin, llegué al que se convirtió en mi lugar favorito del monasterio, el Claustro Real. Curiosamente, no formaba parte del proyecto original, sino que fue añadido entre los años 1448 y 1477 por el arquitecto Fernão de Évora. También participaron en él el maestro Huguet, que añadió las bóvedas góticas de la galería, así como Mateus Fernandes, responsable de las intricadas ventanas y de la fuente situada en una de las esquinas del patio. En las ventanas se pueden ver motivos típicos del estilo manuelino como son los nudos, las columnas retorcidas, y por supuesto la Cruz de la Orden de Cristo. Un lugar en el que denerse y admirarlo como es debido, sobre todo si está el sol fuera.

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Desde una de las galerías del claustro se accede a la antigua sala capitular del monasterio, en donde actualmente se encuentra la tumba al soldado desconocido del ejército portugués. Dos soldados guardan permanentemente la tumba, en donde reposan los restos de dos soldados portugueses caídos en combate durante la Primera Guerra Mundial. Tuve la suerte de que me coincidió el cambio de guardia en ese momento, y me quedé allí un rato disfrutando del espectáculo.

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Hay un segundo claustro, llamado de Dom Afonso V, que nada tiene que ver con el anterior y cuyas líneas puras y sobrias nos pueden hacer creer que se trata de un monasterio diferente. Por alguna razón, si bien el Claustro Real estaba repleto de turistas, éste estaba vacío y recorrí sus dos plantas sin apenas cruzarme con nadie. Me gustó mucho la elegancia de este claustro, rematada por los inmensos cipreses que adornan su patio. En la planta superior había una especie de mecanismo de relojería, pero a día de hoy no he averiguado ni qué hacía allí ni cual era su propósito original.

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Curiosamente, para llegar a la última parte del monasterio hay que primero salir a la calle desde uno de los laterales del anterior claustro. No os preocupéis, una señora os guiará hasta el lateral de las llamadas Capelas Imperfeitas, un conjunto de capillas inacabadas de forma octogonal que sobresale de la planta del monasterio (si lo miráis desde el mapa veréis a lo que me refiero). Ésta es probablemente la parte más ricamente labrada del complejo, incluso más que el Claustro Real. Se empezó a construir en 1437 por mandato del rey Eduardo I de Portugal como segundo panteón del complejo dedicado a si mismo y a sus descendientes pero, como su propio nombre indica, nunca fue acabado. La parte que sí se realizó es impresionante, con tal cantidad de detalles que fijarse en todos ellos esulta imposible. Los restos del rey Eduardo I y de la reina, Leonor de Aragón, son los únicos que llegaron a enterrarse allí, y su sepulcro continúa (y continuará, posiblemente, por muchos años), a merced de los elementos. Aquel día había llovido y como el terreno es muy resbaladizo no dejaban pasar, así que solo pude verlo desde la puerta. Por cierto, cuando estéis bajo ésta, no se os olvide mirar hacia arriba.

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Justo antes de volver al coche, tenía la sensación de que me había pasado por alto, así que volví a darle otra vuelta al folleto. Al pasar por la puerta de la tienda del monasterio durante la visita la ignoré completamente, sin saber que se emplazaba en el antiguo refectorio. Así que volví a entrar por la puerta principal, y me encontré con que la nave estaba repleta para una misa extraordinaria. No me pusieron muchos problemas para entrar de nuevo aunque mi billete ya estuviera sellado, pero me costó la misma vida atravesar hasta el lateral en donde se encuentra esta sala. Y menos mal que lo conseguí, no solo es una de las estancias más elegantes del complejo, sobre todo gracias al púlpito, sino que en ella se encuentra un pequeño museo dedicado a la historia de la tumba del soldado desconocido. ¡Por poco me lo pierdo!

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Y así fue mi visita al Monasterio de Batalha. Antes de dejar el pueblo y poner rumbo a Alcobaça, hogar de otro impresionante convento, aproveché que el sol había salido en todo su esplendor para darle otra vuelta al complejo, por si se me había pasado algún detalle, y dar un paseo por las calles circundantes. Si alguna vez viajáis a Lisboa, un destino bastante popular entre los españoles, os recomiendo reservar dos o tres días para visitar la región de Leiria, a apenas una hora y media al norte de la capital portuguesa. Poco a poco iré hablando de los lugares que allí se encuentran, pero todo a su debido tiempo.

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Referencias / Información adicional

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One Comment

  1. Maravilloso lugar. El monasterio merece una visita detenida por sus muchos detalles. Las fotografías, como siempre, magníficas.

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