Si habéis llegado aquí siguiendo la narración del viaje, sé lo que estáis pensando... ¿Fushimi Inari, Nara y Ōsaka el mismo día?
Pues sí. Y nos salió bastante bien la jugada, todo hay que admitirlo. Al fin y al cabo, un viaje de 8 días a Japón no puede dar para mucho, pero el tiempo que tuvimos lo exprimimos al máximo y este día fue el ejemplo más claro de ello. De Ōsaka apenas nos quedamos con una pequeña impresión, ya que dedicarle sólo tres horas a la tercera ciudad más poblada de Japón es demasiado poco, pero mereció la pena.
Recuerdo esta última parte de nuestro primer día en Kyōto como un pequeño fracaso... Como siempre digo, al final hay que mirar el lado positivo y guardar todas esas cosillas que quedan pendientes y así asegurarte de que vas a volver algún día a ese mismo lugar a desquitarte. Pero aún así, siempre queda un poco de mal sabor de boca.
En primer lugar, muy a nuestro pesar pasamos por alto el barrio tradicional de Gion. Teníamos algo de prisa por llegar a Kiyomizu-dera y ver atardecer allí (se nos había echado el tiempo encima).
Durante nuestro paseo por las empinadas cuestas que llevan a Kiyomizu-dera nos encontramos con una bonita pagoda de cinco pisos y 46 metros de alto. Esta pagoda, llamada Yasaka-no-to (八坂の塔), pertenece a Hōkan-ji (法観寺), uno de los templos budistas de Higashiyama. Fue una sorpresa, sin duda, y una merecida recompensa.
Para continuar la ruta por Kyōto, salimos de Heian-jingū dispuestos a llegar a Maruyama-kōen, un parque muy famoso que se llena hasta arriba de japoneses y turistas durante la época del Hanami. El inconfundible ōtorii que acabábamos de cruzar al salir del santuario se seguiría viendo un buen rato desde aquella larga avenida.
Antes de llegar a Maruyama-kōen pasamos por la puerta de dos templos budistas: Shōren-in (青蓮院) y Chion-in (知恩院). Probablemente merezcan mucho la pena, sobre todo viendo la puerta de entrada al segundo, pero si os soy sincero llega un momento que uno se satura de templos y santuarios (incluso cuando, como era mi caso, ése es uno de los grandes motivos para viajar a Japón).
Os pongo en situación. Tras nuestro paseo por Tetsugaku-no-michi, cogimos el autobús 100 para seguir recorriendo Kyōto. Nuestra intención era visitar el Parque Maruyama, que a esas horas se supone que está muy ambientado, pero cuando bajamos del bus en Jingū-michi mirad con lo que nos encontramos al mirar atrás.
Lo que veis es probablemente uno de los torii más grandes de todo Japón, y nos lo cruzamos de pura casualidad. La pregunta obvia vino al momento... Si ese es el arco de entrada, ¿cómo será el santuario?
Aquella primera noche en Japón no fue del todo bien. El jet lag y los nervios no me dejaron pegar ojo y a eso de las 6 de la mañana me fui a la ducha, harto de ver cómo pasaban las horas y el sueño no terminaba de vencerme... Rodrigo, mi compañero de viaje, pasó una noche similar, así que decidimos salir temprano y poner rumbo a nuestro primer objetivo: Nijō-jō (二条城, lit. Castillo de Nijō).
Un domingo a las 7 am las calles estaban desiertas, y no éramos muy conscientes aún de las dimensiones de esa gigantesca urbe llamada Kyōto (京都, lit. Ciudad Capital). Las primeras calles por las que caminamos estaban pobladas de edificios muy descuidados que apenas se vislumbraban entre un amasijo caótico de cables y farolas. Entre ellos aparecían de vez en cuando en los lugares más insospechados coloridas máquinas de refrescos, anuncios de mis series de animación favoritas, y algún que otro atisbo de arquitectura tradicional.
La sensación de que todo era tal y como me esperaba me acompañaría desde aquel momento y ya no me abandonaría hasta volver a España.
Los templos y santuarios no tardaron en aparecer, y cuando llegamos a Oike Dori ya nos habíamos cruzado con 3 o 4. Compramos algo de desayunar en un supermercado (¡cosas japonesas! ¡con letras en japonés! jajaja la emoción me invadía con cada mínimo detalle...) y llegamos por fin a las puertas del Castillo de Nijō.