Puente Viesgo
Agosto de 2019

España

«Lo único inmutable en este mundo es el cambio, el constante movimiento. Hasta el más tranquilo e idílico de los paisajes palpita en incansable tránsito. Ahora mismo, en este instante, un mirlo acuático sale de su nido hecho de musgo y alza el vuelo. Desde el aire atraviesa sauces, plataneros, castaños y abetos del valle de Puente Viesgo. La naturaleza decora el ambiente de forma poderosa, y el vigor de árboles centenarios despliega una cadena de vida y color que embriaga el ambiente, amable y acogedor. Todavía hace frío, pero el invierno está a punto de despedirse. El mirlo, ajeno a la belleza en la que habita, se desliza con suaves piruetas por el aire. Su pequeña y rechoncha figura negra dibuja una ruta que sigue el curso del río Pas, de poco calado y aguas cristalinas. El paisaje, frondoso y ya casi primaveral, se despliega bajo su cuerpecillo como un mapa que, al abrirlo, es un sueño.»

Así empieza Los inocentes, la última novela de María Oruña, una escritora gallega que, a mi juicio, está sabiendo explotar muy bien esa satisfacción que le da a un lector volver cada cierto tiempo a personajes conocidos para seguir siendo testigos de cómo evolucionan sus vidas, a la vez que consigue traer en cada novela una historia novedosa que no caiga en los tópicos de siempre o cuyas tramas recuerden a las de las entregas anteriores; por esto, cada vez que publica algo nuevo no suelo tardar mucho en ir a comprarlo. Hace unas semanas salió a la venta este libro, el último de su saga de Puerto Escondido, y me llevé una grata sorpresa al comenzarlo y descubrir que casi toda la acción ocurría en una localidad cántabra que pude visitar con mis padres hace unos años: Puente Viesgo. Inevitablemente, mientras lo leía reviví el paseo que dimos por aquel pueblo al atardecer, como punto final de una de las jornadas que pasamos recorriendo Cantabria en el verano de 2019, y me he decidido a escribir un poco sobre este lugar.

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Warszawa
Abril de 2017
Capítulo III

Polonia

Es bien sabido que la Alemania Nazi invadió Polonia en otoño de 1939, hecho que desencadenó una contienda internacional que duraría hasta 1945 y que a día de hoy conocemos como Segunda Guerra Mundial. Lo que quizá no sea tan conocido es que, como parte de dicha invasión, Adolf Hitler pretendía arrasar por completo la capital de Polonia y transformarla en lo que él llamaba la Neue deutsche Stadt Warschau, es decir, la «nueva ciudad alemana de Varsovia». Para ello, dio comienzo en 1939 un plan sistemático de destrucción de todos los edificios e infraestructuras de la ciudad con el fin de erradicar el sentimiento cultural y moral de Polonia como nación. Años más tarde, en el verano de 1944, tuvo lugar el llamado Levantamiento de Varsovia, una rebelión civil contra los nazis orquestada por el Ejército Nacional de Polonia; por aquel entonces, un 15% de la ciudad ya había sido destruida siguiendo el programa del Führer, pero se calcula que, como represalia por el fallido alzamiento, entre el 85% y el 90% de la capital fue arrasada en los meses siguientes.

¿Y por qué cuento todo esto? Pues porque, como os podréis imaginar, la iglesia ante la que me encontraba en ese momento, la de la Santa Cruz, fue una de las construcciones damnificadas en aquella destrucción, quedando prácticamente arruinada tal y como atestiguan múltiples fotografías históricas. Por suerte, en los años 50 del siglo pasado tuvo lugar la que probablemente sea la reconstrucción más ambiciosa y fidedigna de la historia, en donde la mayoría de los edificios históricos de la renacentista ciudad vieja de Varsovia que habían sido destruidos durante la Segunda Guerra Mundial fueron reedificados siguiendo sus diseños originales. Como consecuencia de semejante hazaña, en 1980 la Unesco declaró a la ciudad vieja de Varsovia como Patrimonio de la Humanidad, citándola como «ejemplo único de reconstrucción prácticamente total del conjunto de un patrimonio arquitectónico histórico de los siglos XIII a XX». A mi juicio, la triste historia que había detrás de todas las calles y monumentos que me disponía a ver esa mañana les daba más valor, si cabe, que si hubiesen sido construcciones originales.

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Segovia
Septiembre de 2021
Capítulo II

España

Tras perderle el rastro al acueducto en el punto en el que desaparece y se adentra en el subsuelo de la ciudad vieja de Segovia, continuamos caminando hasta la plaza del Seminario. En esta plaza se encuentra la fachada principal de la iglesia de la Compañía de Jesús, construida en la segunda mitad del siglo xvii en estilo barroco contramanierista y que conforma la parte más visible de un enorme complejo edificado originalmente para albergar al colegio de los jesuitas en Segovia —su interior esconde un espectacular retablo obra de José Vallejo Vivanco, pero no pudimos verlo al estar la iglesia cerrada a cal y canto—. En la fachada se puede apreciar el emblema del rey Carlos III, quien expulsó a los jesuitas de España en 1767 e hizo labrar su escudo de armas en la fachada de todas las iglesias pertenecientes a esta orden religiosa; desde entonces, es la sede del Seminario Conciliar de Segovia, de ahí el nombre de la plaza. Al lado de la iglesia se encuentra la sede de la Subdelegación del Gobierno en Segovia.

Siguiendo nuestro camino hacia la catedral llegamos al conjunto formado por la plazuela de San Martín y la plaza de Medina del Campo, uno de los espacios abiertos más bonitos y monumentales de Segovia. Allí se encuentran la casa del Correo Real o Casa de los Solier —un antiguo palacio renacentista del siglo xvi en cuya fachada de granito destaca sobre todo la galería abierta con arcos escarzanos—, así como la iglesia que da nombre a la plazuela. Desde aquí se pueden apreciar también el impresionante torreón del antiguo palacio de los Marqueses de Lozoya, hoy convertido en el Museo de la Fundación Caja Segovia, y el antiguo palacio de los Tordesillas —una casa blasonada del siglo xv con una galería algo posterior muy parecida a la de la casa del Correo, aunque con cuatro arcos en lugar de siete—.

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Roncesvalles
Julio de 2023
Capítulo I

España

Recuerdo haber cruzado el paso de Roncesvalles en al menos un par de ocasiones antes del presente verano: la primera, allá por 2016, al dirigirnos al país de los cátaros y a los extensos lagos del norte de Italia; la segunda, ya en sentido inverso un par de años después, mientras volvíamos de recorrer la bella costa bretona y los volcanes de Auvernia en un viaje que creó tantos recuerdos nuevos como otros revivió. Sin embargo, en ambas situaciones pasamos de largo, a pesar de lo mucho que prometían desde la carretera la fachada de aquella colegiata gótica y los imponentes albergues de peregrinos, tan enormes que parecían estar fuera de lugar en medio de aquel paraje.

Este año decidimos pasar allí la primera noche de un viaje destinado a visitar algunos lugares en la región central de los Pirineos como Saint-Lizier, Saint-Bertrand-de-Comminges o el Tourmalet. A pesar de que aquel día habíamos conducido gran parte del trayecto bajo un sol de justicia —sobre todo mientras atravesábamos «las colinas y las sierras calvas» de los campos de Soria—, conforme nos íbamos acercando a la frontera con Francia por las carreteras del norte de Navarra empezamos a ver cómo una espesa niebla se posaba sobre las cumbres pirenaicas.

Como era de esperar, cuando llegamos a las proximidades de Roncesvalles —una población situada a casi mil metros de altura sobre el nivel del mar— aquella niebla nos envolvió y apenas nos permitió ver las construcciones hasta que aparcamos el coche frente a la mencionada colegiata. Nos llevamos una gran alegría cuando al llegar a la oficina de información nos comunicaron que en diez minutos daría comienzo la última visita guiada del día, y que esta incluía todos los monumentos de la localidad a excepción de la iglesia. Evidentemente, nos apuntamos; ya habría tiempo más tarde de llevar las maletas al hotel.

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Santiago de Compostela
25 de julio de 2023

España

Parece mentira que en casi nueve años viviendo en Santiago de Compostela no me hubiera dado nunca por ir a ver el desfile de gigantes y cabezudos del Día del Apóstol que todos los años tiene lugar en el centro histórico. Afortunadamente, esta mañana me levanté con ganas de conocer de primera mano en qué consistía exactamente esta tradición y, si bien no tenía mucha idea de lo que me iba a encontrar, cuando llegué a la plaza de las Platerías y vi que estaba hasta arriba de gente supe que me encontraba en el lugar indicado. Además, frente al telón barroco de la Casa del Cabildo estaban emplazados ocho títeres gigantes junto a los cuales los asistentes se estaban haciendo fotos, mientras que en las escalinatas a la sombra de la Berenguela no cabía un alfiler de lo abarrotado que estaba. Por suerte para mí, en aquel momento los miembros de una familia que esperaba junto a la valla decidieron que tenían algo mejor que hacer y pude plantarme en primera fila a pesar de haber llegado al espectáculo con poca antelación.

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