Warszawa
Abril de 2017
Capítulo I

Polonia

Una de mis obsesiones viajeras más antiguas es la de poder conocer en persona a las «siete hermanas» de Moscú: un conjunto de siete rascacielos edificados en el llamado estilo gótico estalinista que se encuentran repartidos a lo largo y ancho de la capital rusa. A día de hoy sigo sin haber estado en Moscú —y viendo cómo está el panorama internacional dudo que pueda cumplir ese objetivo en una buena temporada— pero en el año 2017 tuve la oportunidad de contemplar a la conocida como «octava hermana»: el Palacio de la Cultura y la Ciencia de Varsovia.

Cuando aterricé en el aeropuerto de Modlin y cogí el autobús a Varsovia ya sabía que el punto de término del trayecto era el propio palacio, por lo que me invadía la ilusión. Sin embargo, y a pesar de las múltiples fotos que había visto del palacio iluminado, me llevé una inmensa decepción conforme el autobús iba llegando a su destino: en el lugar en el que debería haber estado el palacio no había más que una enorme silueta negra que se confundía con la oscura noche cerrada.

A los pies de un palacio completamente apagado, bajé del autobús visiblemente desengañado y saqué mi maleta del portaequipajes. «Bueno, ya lo veré mañana por la mañana», pensé. Imaginad mi sorpresa cuando, mientras seguía todavía en aquella parada intentando ubicarme para así dirigir mis pasos al cercano albergue en el que pensaba pasar la noche, de repente el palacio se iluminó de golpe en su totalidad, y en múltiples colores. Cuando volví de mi ensimismamiento, saqué raudo la cámara y el trípode de la mochila y me dispuse a hacer las fotografías de rigor, no fuera a ser que lo apagaran de nuevo. Estaba de vuelta en Polonia seis años después de mi primera visita y el país no me podía haber dado una mejor bienvenida.

¿Y por qué exactamente hay un edificio de estilo gótico estalinista en la capital de Polonia? Para entenderlo hay que remontarse a los años 50 del siglo pasado, cuando este país formaba parte del Bloque del Este y era una república socialista bajo la influencia de la Unión Soviética. En el año 1952, cuando todavía Varsovia seguía siendo una ciudad devastada por la Segunda Guerra Mundial y empezaba a reconstruirse poco a poco, Iósif Stalin decidió regalarle a los polacos un edificio que sirviera como símbolo de su aparente alianza con Rusia. El arquitecto designado para el proyecto fue Lev Rúdnev, quien ya hubiera diseñado una de las «siete hermanas» que mencioné anteriormente: el edificio principal de la Universidad Estatal de Moscú. El lugar elegido fue una amplia explanada que se usaría durante las décadas venideras para organizar desfiles de temática socialista.

Para los varsovianos, que lo conocen como PKiN por las siglas de su nombre en la lengua local —Pałac Kultury i Nauki—, este edificio siempre ha simbolizado la opresión ejercida por la URSS sobre Polonia durante la Guerra Fría, y cada pocos años vuelven a germinar iniciativas para su demolición, siendo la más reciente la del actual primer ministro polaco Mateusz Morawiecki. Sin embargo, las nuevas generaciones lo han aceptado como una parte intrínseca de Polonia y uno de los símbolos de su capital, y estas iniciativas cada vez tienen menos acogida. En cuanto a su arquitectura, el edificio mide 237 m de altura, pero no se aprecia en las fotos debido a sus inusuales proporciones, y en su interior hay cines, casinos, salas de conferencias, así como sedes de varias empresas.

A la mañana siguiente de mi llegada a Varsovia salí temprano del albergue y volví de nuevo sobre mis pasos para ver el palacio y sus alrededores con una nueva luz, aunque por desgracia el cielo estaba de un denso color gris que me acompañó el resto del día. No pude entrar, ya que era muy temprano y tampoco sabía hasta qué punto era accesible, pero pude ver de cerca las estatuas —algunas de personajes polacos ilustres y otras más alegóricas— que decoran su fachada y los jardines aledaños antes de comenzar mi paseo por la ciudad propiamente dicho.

Continúa en: Varsovia – Capítulo II

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