La Torre de los Vientos
Al salir de Plaka me di de bruces con uno de los monumentos que había visto de lejos aquella mañana mientras todavía tenía los párpados pegados: el Horologion de Andrónico de Cirro, una peculiar edificación de planta octogonal construida probablemente en el siglo i a. C. y diseñada por el astrónomo macedonio que le da nombre. Esta torre de mármol pentélico formaba parte del Ágora romana, uno de los espacios más transitados de la antigua Atenas y del que todavía se conservan varios restos arqueológicos, como detallaré más adelante. Arquitectónicamente hablando, lo más característico de su estructura son las figuras que decoran su friso y que representan a los ocho dioses del viento de la mitología griega, asociados a los puntos cardinales —Bóreas (norte), Noto (sur), Céfiro (oeste) y Euro (este)— y a los ordinales —Cecias (noreste), Apeliotes (sureste), Coro (noroeste) y Libis (suroeste)—. Por esta razón, suele conocerse alternativamente como la «Torre de los Vientos».
Sin embargo, lo que la hace realmente única es que su propósito original no era religioso, conmemorativo o asambleario, como el de la mayoría de edificaciones que han sobrevivido de aquella época, sino científico. Fue construida para que, mediante el uso de clepsidras —artificios que permitían medir el tiempo por medio de agua que va cayendo de un vaso a otro— y de varios relojes de sol —se pueden ver todavía los trazos originales de las escalas de los relojes bajo las figuras del friso—, los transeúntes y mercaderes del ágora pudieran saber la hora desde prácticamente cualquier lugar de esta (sin ir más lejos, la palabra griega «horologion» que designa al monumento es la misma que acabaría evolucionando en «reloj»). Además, contaba también con una veleta, y muchos historiadores la consideran como la primera estación meteorológica. Si bien la veleta y las clepsidras del interior se han perdido, el resto de la torre ha llegado a nuestros días en un excelente estado de conservación, a pesar de —o puede que gracias a— habérsele dado otros diversos usos a lo largo de los siglos, como por ejemplo el de baptisterio cristiano o el de lugar de culto de los derviches durante la ocupación otomana.
El Ágora romana
En cuanto al Ágora romana, fue fundada a finales del siglo i a. C. por el emperador Octavio Augusto para servir como centro comercial de la ciudad. Un siglo antes, tras la destrucción de Corinto a manos del general Lucio Mumio, los romanos habían conquistado Grecia y establecido allí mismo la provincia de Acaya. Años más tarde, los atenienses decidieron rebelarse contra Roma aliándose con Mitríades, el rey del Ponto, pero les salió mal la jugada después de que el general romano Lucio Cornelio Sila asediara la ciudad. Tras aquella contienda, las murallas de Atenas eran prácticamente inexistentes y muchos de sus monumentos habían sido destruidos, lo que motivó al emperador Augusto a comenzar un programa de reconstrucción en el año 19 a. C., durante el cual se erigió un nuevo foro, conocido como «ágora de César y Augusto» o, simplemente, como «ágora romana», en contraposición al ágora del periodo helenístico situada unos cien metros al oeste de allí.
El Ágora romana comprendía un área rectangular delimitada por una columnata de mármol y en cuyos extremos se encontraban dos propileos que servían de entrada. De estos solo se conserva uno, la Puerta de Atena Arquegetis, que ya había visto esa misma mañana mientras me encaminaba hacia la Acrópolis antes incluso de que hubiera amanecido. En la actualidad, la puerta es una de las estructuras más prominentes del conjunto junto a la Torre de los Vientos —aunque técnicamente esta última se encontraba fuera del recinto original—, pero he de decir que del resto de edificios apenas se conservan algunas columnas y por este motivo me limité a contemplar las ruinas desde fuera. Mientras bordeaba el recinto me encontré también con dos estructuras posteriores, construidas durante la ocupación otomana: la mezquita Fethiyé, erigida sobre una antigua basílica bizantina; y la puerta de la Madrasa de Atenas, la antigua escuela musulmana.
La Biblioteca de Adriano
El emperador Adriano, gran amante de las artes y las letras e incluso arquitecto aficionado, realizó varios viajes a Atenas, ciudad con la que se profesaba una admiración mutua y a la que intentó devolver su esplendor de antaño. En uno de estos viajes, concretamente en el 129 d. C., decidió construir al norte del Ágora romana una gran biblioteca que sirviera no solo para almacenar papiros y pergaminos, sino también como lugar de lectura y estudio y de taller para los copistas, tan necesarios antes de que se inventara la imprenta. Originalmente era un edificio de planta rectangular con un peristilo en su interior, pero las diferentes contiendas —como la invasión de los hérulos en el 267 d. C.— o el desarrollo de la ciudad —en el recinto incluso se llegaron a construir hasta tres iglesias cristianas, y los otomanos establecieron allí el gran bazar de Atenas durante su ocupación— inevitablemente provocaron que gran parte del complejo se perdiera con el paso de los siglos. Fue precisamente tras el incendio del mercado en el año 1884 cuando se decidió establecer un yacimiento arqueológico en la zona con el fin de sacar a la luz los vestigios de un edificio que en otra época llegó a conocerse como la «Biblioteca de las Cien Columnas».
Tras mi paseo por los alrededores del Ágora romana, llegué a esta zona de camino a Monastiraki, con el fin de ver lo que quedara de la biblioteca. Tan solo se conserva una parte de los propileos de entrada, dotados de columnas con capiteles corintios, y un muro que llegó incluso a estar integrado en la muralla medieval. Aparte de los propileos, pude observar también el recinto que ocupaba originalmente el peristilo de la biblioteca, en donde quedan los restos de una de las iglesias, que tenía planta de tetraconcha. Esta basílica del siglo v, consagrada a la Virgen María, estuvo en funcionamiento hasta finales del siglo xix, pero fue destruida por los arqueólogos con el fin de excavar lo que quedara de la biblioteca (eran otros tiempos, supongo). En esta web se puede ver una recreación tridimensional del aspecto original de la biblioteca.
Regreso a Monastiraki y almuerzo en la calle Mitropoleos
Puse fin a mi paseo por la parte más antigua de la ciudad regresando a mi punto de partida: la plaza Monastiraki. Aquella mañana me la había encontrado prácticamente desierta, pero en aquel momento la hallé bulliciosa y repleta de turistas, lo que supuso un gran contraste. En esta plaza conviven dos templos contrapuestos: la iglesia de la Pantánassa, de época bizantina y construida aproximadamente en el siglo xi con sucesivas renovaciones; y la mezquita de Tzistarakis, erigida por los otomanos en el siglo xviii. La iglesia está consagrada a la Dormición de la Virgen María y su nombre, Pantánassa (Παντάνασσα), significa «soberana de todo», uno de los títulos honoríficos de la madre de Jesús en la tradición ortodoxa griega. Se trata del único vestigio de un antiguo monasterio, hoy desaparecido, que le da su nombre a la plaza. Con respecto a la mezquita, cuentan que durante su construcción se destruyó una de las columnas del templo de Zeus Olímpico para conseguir la cal necesaria para el proceso; un escándalo que llevó a la destitución del gobernador otomano de la época, Mustafá Tzistarakis (a pesar de aquello, la mezquita sigue llevando su nombre).
Como ya era la hora de comer, decidí sentarme en uno de los locales de la cercana calle Mitropoleos, en donde pedí de primero una ensalada «griega» sin saber muy bien qué contendría. Cuando por fin me la trajeron, lo primero que pensé fue: «Ah, aceitunas, mi viejo némesis», y procedí a comerme el resto del plato, apartándolas con cuidado. Más tarde, sin embargo, y en un momento de cuestionable lucidez, se me vino a la cabeza la idea de que a lo mejor aquellas aceitunas eran diferentes a las que había probado en Andalucía y que tanto había odiado desde pequeño, así que ¿por qué no darles una oportunidad? Acto seguido agarré una y me la llevé a la boca. Craso error. Aquella era la aceituna más asquerosa y vomitiva que había probado jamás. Antes de que se me nublara del todo la razón y aquella masa ponzoñosa me hiciera regurgitar el resto de la ensalada agarré raudo una servilleta para extirparla disimuladamente de mi boca. El daño ya estaba hecho, pero al menos de segundo había pedido una especie de croquetas y pude recuperarme del susto con la poca dignidad que me quedaba.
Continuará…
Bibliografía
- John Travlos. Pictorial Dictionary of Ancient Athens. New York, 1971.
- Konstantinos Staikos. Η Ιστορία της Βιβλιοθήκης στον Δυτικό Πολιτισμό, τόμ. ΙΙ (La historia de las bibliotecas en la cultura occidental, vol. II). Kotinos, Atenas, 2005.
- Alkistis Choremi. Ρωμαϊκή Αθήνα (La Atenas romana). Fundación Helénica de Investigación, 2008. [archivo]
- Kathleen Kuiper. Tower of the Winds. Encyclopedia Britannica, 2015. [archivo]
- Mark Cartwright. Tower of the Winds. World History Encyclopedia, 2017. [archivo]
- Tower of the Winds: The world’s oldest “weather station”. Greek News Agenda, 2020. [archivo]
- Argyró Bozóni. Γιατί η Βιβλιοθήκη του Αδριανού ήταν τόσο σημαντική για την Αθήνα (¿Por qué la Biblioteca de Adriano era tan importante para Atenas?). LiFO, 2021. [archivo]
- Álex Sala. La Torre de los Vientos de Atenas: la primera estación meteorológica de la historia. Historia National Geographic, 2022. [archivo]